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La primera vez que Lola vio la nube violeta fue cuando esperaba a la salida del colegio y su mamá se retrasaba. Cuanto más tardaba, más crecía la maraña de su preocupación hasta convertirse en una nube. No era una nube blanca y ligera sino una densa nube violeta atravesada por rayos y truenos que la paralizaba y le nublaba la vista.